LIGADURAS
1ª Corrección
Yessica Paola Puga Ferral
Se sentó en una banca, bajo la sombra de un árbol torcido e invadido por la plaga. Melancólico se quedó ahí admirando el paisaje, inmóvil.
La brisa matutina de otoño comenzó a rozarle la cara y las manos, mientras se colaba hacia sus piernas a través de su traje. Con desesperación se desarregló la corbata que día a día usaba; aquella de destellos plateados que siempre prefiere y puede describir hasta con los ojos cerrados.
El amanecer comenzó a cobrar vida, absorbiendo por completo la oscuridad. Entonces se llevó las manos a la cabeza, alborotándose el cabello y agachó la mirada.
Al pasar por ahí un pájaro le siguió con la vista hasta donde se detuvo a reposar sobre la rama del árbol podrido.
A lo lejos, el hombre vio con sorpresa una fruta aún verde. No había hojas ni pequeños brotes creciendo en la planta, sin embargo, como si fuese un milagro, aquel mango había sobrevivido a la mortal epidemia.
Extrañado se quedó contemplándole largo rato, y sin hacer nada más, comparó sus vidas tan parecidas. Porque cuando todo en los alrededores se tornaba agonizante, él seguía existiendo, pensando con nostalgia que lo amado habría de perecer.
La tarde va cayendo sobre el lugar. Las cosas están igual: el hombre sentado en la banca contempla al solitario mango que el pájaro le mostró aquella mañana. El avecilla descansa sobre la rama, la gente pasa ignorándolos.
De pronto los lazos se rompen y el hombre se marcha. “Regresaré…” ha asegurado, y el pájaro emprende el vuelo en dirección contraria.
Al día siguiente se encuentran de nuevo en el sitio. Todo sucede como la primera vez… así será una semana entera, mientras el mango va madurando.
Han pasado 7 días y el mango está de un hermoso color amarillo con tintes naranjas. Pero hoy la rutina será diferente.
Ya son las 8 de la mañana, y el hombre siempre puntual parece retrasado. El pajarillo está allí, pero se dirige a la banca y se posa sobre ella. Una sombra entre la neblina se acerca lentamente: ¡el hombre al fin ha llegado! Lleva puesto un sombrero que ensombrece su rostro, pero aún así las ojeras son visibles. Pasan las horas, la tarde se esfuma envuelta en una aurora rojiza. Esta vez los tres se quedarán hasta el próximo amanecer.
Hoy, bajo la sombra del árbol podrido la gente divisa perpleja a aquel hombre sentado con la cabeza inclinada: está muerto. El ave tampoco está ahí, donde solía estar. Al anochecer, un halcón buscando presa le asesinó. Y el mango dorado en estos momentos sobre el suelo está caído.
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