Sus ojos recorrieron el cuerpo que yacía inmóvil entre las piedras. La piel morena había palidecido y aún en su rostro la expresión de terror permanecía. La tomó en sus brazos, sintiendo apenas su corazón latir. A la luz de los faroles su rostro adquirió una infanitil expresión: la joven desmayada parecía perder años con el pasar de los minutos.
La acomodó en el carruaje y salió a toda prisa. El sol amenazaba con llegar mientras piedras y polvo volaban a su paso. En el trayecto, el joven caballero soñó con su sonrisa, con el roce de esos labios en sus labios.
Vuela la noche, vuela el carruaje entre caminos perdidos, vuelan los brazos del amante hacia su amada, depositado queda un beso en la frente de aquella que duerme.
Brillan los ojos al abrirse, brilla el contorno de su rostro, brillan los colmillos al contacto con la piel, brilla la sangre que el caballero ofrece.
‘Haz de mí el compañero de tus noches’, dice mientras la vida le abandona...
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