Melodía Reptante
Eyra Wong
Con las rodillas raspadas y las manos llenas de tierra, me aferré a la rama en que me había logrado sentar, por fin estaba arriba de un árbol como los demás niños. Me sentía tan feliz que cuando escuché esa melodía creí que era parte de mi emoción, fue la primera vez que los vi.
Ella dirigía la música, tendría mi edad, o quizás era menor; se arrastraba con rapidez. En su cabello se movían insectos y hojas. Conforme avanzaba tomaba con su lengua todo lo que estaba en el suelo, masticaba ramas y piedras, que quebraban sus dientes. Atrás de ella, un hombre sin ojos pateaba sus piernas para saber hacia dónde ir; tenía un hueso con agujeros que usaba como flauta, las notas que emergían eran profundas y melancólicas. Un poco más atrás, apareció una hermosa mujer con el rostro cubierto por sangre, sostenía con ternura el cuerpo decapitado de un bebé, bajé lo más rápido que mi coordinación lo permitió y tuve el impulso de acercarme a levantar la cabeza que llevaba encadenada al pié.
Al final del grupo caminaba aquel ser cubierto por escamas anaranjadas que crujían con cada movimiento; era más alto que mi padre, pero demasiado delgado, se detuvo en medio de la gente y abrió la boca, sus finos labios dejaron escapar lamentos que fueron acompañados por el resto del grupo; la niña masticaba con fiereza las rocas marcando el ritmo, el ciego tocaba la flauta moviendo su cuerpo hacia los lados y la mujer arañaba el cuerpo que sostenía, la cabeza del niño gemía siguiendo la canción. Cerré los ojos para escuchar con claridad.
Un golpe de mi padre me hizo abrir los ojos, las escamas del ser brillaban y una mariposa escapó de su boca junto con un grito; el insecto tenía todos los colores que yo conocía y otros que no he vuelto a ver jamás. Empezó a volar entre las personas moviendo las alas con tal rapidez y gracia que nos hipnotizó, algunos bajaron la mirada, los niños corrían tras ella, otros se abrazaban. La melodía había vuelto a sonar, pero esta vez en un tono casi imperceptible; las escamas dejaron de brillar y el ser abrió la boca quedándose estático, la mariposa cayó a los pies de un hombre joven, que empezó a sudar y mientras rezaba empezó a llorar. De pronto se desvaneció. Aquellos que se habían abrazado, volvieron a hacerlo.
El ser empezó a caminar y sus compañeros lo siguieron en silencio. Con el tiempo me acostumbré a la canción y su significado, cada que la oía me subía al árbol más alto que mi padre me permitía, creía que la mariposa no podría volar hasta mí. Cuando la gente señalada por el insecto, corría o intentaba escapar, la niña los seguía y se los comía a mordidas, podíamos escuchar cómo arrancaba la piel y los huesos crujían, todo ello sin dejar de marcar el ritmo. El hombre ciego solía guiar a los ancianos, el sonido de su flauta era en esos casos más alegre.
Sólo en un par de ocasiones había presenciado la muerte de bebés; la mujer actuaba en dicho proceso, mordiendo brazos y piernas hasta desangrar al infante, después lo degollaba y encadenaba su cabeza a los pies, el cuerpo quedaba en cualquier lugar.
Conforme crecí mi labor consistió en cortar pétalos para convertirlos en ofrenda para la agrupación. Con el tiempo entendí que preferían los tulipanes y jazmines, los dejaba secar a la luz de la luna y después los envolvía en un pañuelo negro. Cuando la melodía se escuchaba, corría a colocar la ofrenda cerca del río, ahí se detenían a veces después de su trabajo.
El día de mi décimo cumpleaños mi abuelo me regaló a su perro, tuve que prometerle que lo cuidaría mientras viviera y a su vez, lo heredaría a mis hijos antes de morir; creo que los perros era lo único que podíamos dejar de valor en Lua de Lume. Cuando apagué la última vela del pastel el viento trajo consigo la melodía; corrí por la ofrenda mientras el perro jalaba a mi abuelo del pantalón, lo acarició y me sonrió. Entonces, el ciego se acercó a él abuelo y después de besarle las manos se lo llevó. Al pasar a mi lado, pude ver las escamas del líder, se caían y brillaban muy poco, me miró y agachó la cabeza; la niña que reptaba me mordió un pié.
Han pasado cuarenta años y muchos muertos desde que recibí mi herencia; tengo cinco hijos y nueve nietos, he delegado mi trabajo con las flores a dos de ellos, el perro será para la primer nieta que tuve, es la mayor y se encariñó con él, creo que podrá cuidarlo mientras viva.
A diferencia de las últimas veces, hoy la melodía se escuchó hasta que ellos aparecieron en el pueblo. El ser apareció casi sin escamas, abrió la boca un par de veces, agitó las manos y los demás mantuvieron la melodía, sentí miedo como la primera vez que los había visto. Por fin escapó la mariposa, revoloteaba sin dirección, entonces reconocí su destino; los ojos de mi nieta mayor se llenaron de lágrimas y empezó a correr, la niña la perseguía riéndose mientras reptaba en círculos y le lamía las piernas. El insecto estaba a punto de rendirse, supe que ella intentaría escapar y conocía el resultado de tal intento. Tomé una decisión.
Corrí hacia mi nieta, empujando a los curiosos y atrapé la mariposa, la niña se aferró a mis piernas y me tiró, mordisqueaba mis manos, tragándose un par de dedos, supe que lograría quitarme el insecto, así que lo metí a mi boca y lo mastiqué, las alas seguían moviéndose y las patas me hicieron estornudar. El ser me miraba desde su lugar, suspiró y sus escamas volaron, dio unos pasos hacia mí mirándome fijamente, entonces lo comprendí todo.
Hoy regreso a Lua de Lume, vengo por mi nieta. Ésta vez no intentará escapar, lo veo en sus ojos, está cansada y quiere irse. Ha elegido a uno de sus bisnietos para que cuide al perro, sin embargo ha estado toda la tarde sentado entre sus pies, ella lo acaricia y le dice que cuide a sus hijos, sabe que ellos no entenderán lo que sucede.
Abro la boca y la mariposa vuela.